• Un EsPaCiO pArA cOnOcEr MáS dE cErCa A lA cIuDaD qUe NuNcA dUeRmE... pArA dEsCuBrIr QuÉ nO lA dEjA dOrMiR...

  • A quién no le han contado alguna vez algún relato extraordinario pero que sin embargo roza el costado de lo increíble. Son experiencias que le ocurrieron al amigo de un amigo o al vecino de Fulanito pero que dentro de la cadena de relaciones nunca permiten llegar a la raíz del asunto. Lo cierto es que esas historias constituyen las leyendas urbanas de cada ciudad, sus cualidades míticas.

2008-10-14

Olvidados en el ascensor

En el número 1841 de la calle Guido, una casona -actualmente sede del Consejo de Rectores de las Universidades Privadas (CRUP)-, fue el escenario de una historia teñida de sangre, una de las más negras de la vida porteña:
El 1° de enero de 1937, la familia Echagüe preparaba la casa para irse a la estancia donde pasarían los meses del verano. Ya todos habían salido de la casa menos el portero y su mujer, la mucama, que vivían arriba; pero el viejo mucamo Juan, que hacía las veces de mayordomo, creyendo que ya habían salido, cortó la corriente eléctrica y luego salió, cerrando con llave la gran puerta de entrada. Ahora bien; en el momento en que Juan cortaba la corriente eléctrica, el portero y su mujer venían bajando en el ascensor. Cuando tres meses después volvió la familia Echagüe, encontraron en el ascensor los esqueletos del portero y la mucama que se había convenido permanecerían en Buenos Aires durante las vacaciones.
Esta crónica está incluída en uno de los escritos de Ernesto Sábato, en el “Informe sobre ciegos” de su novela Sobre héroes y tumbas. Pero esta narración cobra una nueva dimensión en el momento en que el relator tiene la convicción de que aquel episodio era obra concienzuda y planeada por una secta, e imagina los macabros detalles del episodio: primero la sorpresa del portero al ver que el ascensor se detiene justo entre dos pisos; aprieta el botón una y otra vez, abre y cierra la puerta de fuelle. Luego grita hacia abajo. Nadie le responde. Grita varias veces más. Vuelve a gritar junto con su mujer; lo hacen durante cinco o diez minutos...y nada. Ninguno de los dos quiere decir algo desesperante, pero ya comienzan a pensar que tal vez se hayan ido todos y hayan cortado la corriente. Comienzan entonces a dar alaridos de terror, emitiendo aullidos de animales enloquecidos y acorralados, y golpean con debilidad creciente el bloque macizo del entrepiso. Pasan las horas y nada sucede en aquella silenciosa mansión abandonada; el horror empieza nuevamente a devorarlos. En aquel cuchitril, en las tinieblas, tirados en el suelo (se sienten, se tocan), ambos piensan en la misma y horrible cosa ¿qué comerán cuando el hambre sea insufrible? ¿cómo será la muerte por hambre?. En fin, es seguro que al cabo de cuatro días, quizá menos, de encierro hediondo y salvaje, el más fuerte coma al más débil. En ese caso, el portero come a la mucama, primero en forma parcial, empezando por sus dedos, después de golpearle la cabeza contra las paredes del ascensor. Finalmente la come íntegra. Dos detalles confirman mi reconstrucción, termina Sábato: la ropa de ella, arrancada a jirones, aparecía por el suelo, entre la inmundicia; muchos de sus huesos, también, como si hubieran sido arrojados uno después de otro por el mucamo caníbal. Mientras que el cuerpo podrido y parcialmente esquelético de él estaba a un costado, pero íntegro.” Historia, leyenda o imaginación, lo cierto es que muchos creyeron firmemente la veracidad del episodio, y se comenta haber oído, a altas horas de la madrugada, voces implorantes que surgían del hueco del ascensor o pasos lejanos resonando en la silenciosa casa desierta.

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